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miércoles, 26 de mayo de 2010

Pro-Gambia, la llegada.



Amfaal nos vino a buscar al día siguiente como acordamos. Una vez en Banjul tuvimos que esperar al ferry. El puerto, atestado de vendedores ambulantes y gentes de paso, hervía de movimiento mientras hasta nosotros llegaban las brisas del río Gambia, templadas por un sol que marcaba los 40.


Al otro lado del río, el turismo decrece. No hay playas turísticas ni hoteles. Al contrario de lo que sucede habitualmente, el norte forma la parte deprimida y vulnerable del país, mientras que al sur del río bulle el turismo incipiente y el comercio, que aunque caótico, sigue siendo síntoma de desarrollo.

Hacia donde nos dirigíamos, al norte, nos esperaban las regiones rurales, menos habitadas y también menos prósperas, los espacios abiertos, polvorientos y olvidados por la indolencia del gobierno.

Finalmente, y previa travesía en ferry de apenas una hora, nos plantamos en Barra. A medida que nos adentrábamos en el interior, surgía ante nosotros lo que iba a ser una constante a partir de entonces: casas a medio hacer, controles de carretera cada dos minutos y legiones de niños que nos saludaban con entusiasmo a nuestro paso.

No tardamos en alcanzar Buniadu. Allí Gustavo y família regentan el Monkey's Farm, un oasis visual, un rincón de reposo abosutamente entrañable y un vergel cuidadosamente atendido y de todos los verdes concebibles.


Este sería nuestro cuartel general durante nuestra estancia en Gambia. En teoría pactamos las primeras cuatro noches, pero la calidez humana con la que fuimos agasajados nos obligó a prorrogar nuestros días en aquel edén. Bueno, la calidez y la comida, todo sea dicho.

En Pilar encontramos a una cocinera de primerísima calidad, digna de la estrella Michelín más grande y merecida que hubiese, pero también a una mujer de una esquisitez humana admirable, todo corazón y paciencia, como comprobaríamos más adelante.

Sus cuatro hijos, cuatros varones educados y leídos, colaboran en todo lo necesario, y a las ordenes siempre de Gustavo, el comandante en jefe. Su gran gestión del Monkey's Farm se traduce en un flujo constante de huéspedes, complacidos y embelesados por la harmonía atmosférica del lugar.

Gustavo, un amante de la charla, hijo de la oratoria y de los vaivenes contraculturales de los 70, tiene en el sentimiento de la solidaridad, seguramente, su mayor virtud. Voluntariamente entregado a la causa, dedica muchísimo esfuerzo al desarrollo de la comunidad de Kergallo. Además de involucrarse de los pies a la cabeza, ejerce de puente con otras personas que buscan apoyar esa misma causa.


Alimenta la esperanza de aquella gente que vive con nada, administra lo poco que le llega mejor que un catalán, y sensibiliza de tal manera a los que se interesan por su misión, que acaba siendo imposible no sumarse al proyecto. Seguramente su decisión y su carácter transmiten eso tan necesario y que falta en muchos sitios: factor humano. Buscar el método acertado en el que la comunidad se involucre con el proyecto y destilar transparencia cuando el timo está estandarizado globalmente, son méritos achacables a ese comandante de almas, a la brillantez de su persona y a su talante espiritual, capaz incluso de conmover hasta las mismísimas piedras de la sabana.

En esta vida, a las personas hay que felicitarlas por sus logros, pero también por la huella que dejan impresa en el resto. A esta pareja de luchadores, a Gustavo y a Pilar, hay que elogiarlos encarecidamente por su incondicional compromiso con los faltos de todo y por su intachable ejercicio de unos principios admirables.

Desde aquí, desde nuestro conocimiento a sus personas y a sus causas, muchísimas gracias por vuestro íntimo y cercano amor al prójimo, y porque lo vuestro en particular es una enseñanza para todos.

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